sábado, 6 de septiembre de 2008

El futuro de La Cultura (cuento para niños mayores de edad)

Preámbulo

Érase que se era, un país dirigido por un caudillo llamado Francisco Pérez, dicho país era admirado (sobre todo en el extranjero) por los numerosos artistas que había traído al mundo. Artistas de todas clases, estilos y facetas.
Sea como fuere, como Pedro Pérez no admitía demasiadas críticas, la mitad o más de los artistas vivía fuera del país y la mitad o menos de los profesores de Historia del Arte también lo habían abandonado.
La mayoría de los Artistas que no emigró era bastante condescendiente con el caudillo Pérez, por eso Pérez los aplaudía y también aplaudía a los profesores de Historia del Arte que cobraban puntualmente sus mensualidades aunque en sus “programaciones de curso” no aparecieran mencionados ninguno de los artistas que emigraron, menos aún los artistas extranjeros.
Un 20 de noviembre, casualidades de la vida, murió Pérez.... y a la voz de ¡ya!. se llenó Naranjitolandia (que es así como se llamaba el país) de emigrados Artistas y emigrados Profesores de Historia del Arte.
Los de fuera (que ya tenían ganas de volver) pactaron previamente su llegada con los de dentro, poniendo una condición: “les harían un hueco para poder disertar, elucubrar y crear, tal y como en el extranjero se les había permitido”.
No eran malos los naranjitolandeses Perezistas, pues pactaron numerosos acuerdos con los recién llegados por los cuales llegaba la libertad de expresión y se podía criticar hasta al mismísimo Pérez.
Tras la muerte de Pérez resurgió la Cultura por unos años, pero los nuevos gobernantes no tardaron mucho en darse cuenta del negocio que suponía. Así que la Cultura (que es como un huevo) al pasar por la sartén de los negocios y del amiguismo, comenzó a quedar como una tortilla a la francesa. Es decir que jamás se supo a partir de estos años, cuál era la yema ni cuál la clara.






Capítulo I

Pasados unos centenares de siglos, allá por el año 28629 unos avezados arqueólogos del espacio exterior (con unos medios técnicos impresionantes y unos sueldos y unas vacaciones no menos impresionantes) descubrieron casualmente un estrato, hasta ahora poco estudiado, del siglo XXIV y como lo que encontraron sólo hacia referencia a la Cultura de la Tortilla, cogieron el hornito virtual y teletranspotable de fisión e incineraron selectivamente todo lo que se encontraron a trescientos pokémons* a la redonda. Es decir, todo lo que tuviera alguna relación con la susodicha tortilla cultural.
El ser humano por estas fechas ya había dejado de ser humano (bueno casi totalmente), pero seguía siendo extremadamente imprevisible. Sea por lo que fuere, los dos arqueólogos espaciales sintieron que no era del todo correcto enviar al limbo todo lo encontrado en el estrato de la Cultura de la Tortilla y guardaron con mucho disimulo y no menos prisa en la mochila (¡por supuesto que metalizada!) lo primero que encontraron a mano: un capuchón de bolígrafo Bic, la carátula de un disco del Tary (famoso en su tiempo por aquella canción del “Camaleoncito bravo”) y una impresión fotográfica en metacrilato anodizado del planeta Tierra antes de la llegada del meteorito.
Acto seguido, cada uno de ellos presionó mentalmente un botón verde de su protector torácico y desaparecieron para siempre. Al menos eso creo.

* 1 pokémon = 200 kilómetros

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